Irradia calor antes de explotar,
y en un misero segundo todo vuelve a ser rojo como la puesta de sol de verano.
Como esos destellos parpadeantes,
que te ciegan por su ternura al explotar en tus mejillas. Esas gotas cristalinas, que amenizan el
dolor y dejan caer lo que todavía estaba bajo llave.
Que brotan e inundan, que
desbordan y resbalan arrastrando esas palabras mal dichas, mal entendidas, mal
digeridas, mal comidas.
Y es que no me sentó bien la cena
tan aderezada, tan solapada con la merienda y tan cerca del desayuno del día
posterior. Que estoy empachada de los lamentos fingidos, de los que no son
internos. De esos que se esconden tras una sonrisa mal dibujada, y a penas
perfilada (sin carmín, ni bálsamo labial).
Que el tiempo tuvo un principio y
tendrá un fin.
Tendrá un principio y tuvo un
fin, depende de por donde empecemos, si por el final o por el inicio.
Que no sirve de nada salir sin
estar preparado, y menos aún sin abrigo ante una tempestad.
Porque el calor se ha ido aunque
ya ha explotado. Aunque ya esta rojo, y está quemado. Aunque ya esta dicho y
está grabado.
El calor se ha ido, y te ha
quitado la mitad del frío que te daba abrigo. Ese mismo, que anteriormente como
hemos dicho, necesitas para enfrentarte a ti mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario